Después de marcar su territorio y vaciarse de líquido, bajaba el cerro e iba hasta la plaza, donde esperaba pacientemente la llegada de algún gato desavisado. Cuando eso pasaba, saltaba y empezaba la persecución que, invariablemente, terminaba en la palmera central. ¿Después? Podía pasar el día así, esperando pacientemente a que se bajara el gato, que casi siempre era el que cedía.
Valiente me enseñó la paciencia pero, encima de todo, aprendí que lo amaba cuando un día de distracción, persiguiendo un gato más de su vida, Valiente no se dio cuenta y dejó que un auto lo alcanzara. Se fue así, con apenas un gemido.
Hoy está la palmera, los gatos abundan, pero aún sigue Marina despertándose a las 6 de la mañana y un lagrimón se le escapa en memoria de un valiente.
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