martes, 9 de junio de 2009

LA DRAGONA



Era la loca del barrio. De chica la veía deambular por las calles, muchas veces con la mirada perdida y otras tantas asustada, buscando en rincones.
Siempre vestía ropa suelta, regalada y vieja. Trapo sobre trapo en una eternidad de faldas y blusas. Arriba de todo un saco raído si era invierno y sus colores, todos los colores, incluyendo el pelo y la piel, eran sepias.
No molestaba a nadie y si no le hablaban no hablaba ella tampoco. Lo curioso es que solo se la veía de día. De noche desaparecía y nunca nadie supo donde iba a esconderse. No habían casas vacías en el barrio, ni terrenos baldíos, y nadie asumía el cargo de que le daba donde dormir. Pero infaliblemente, a las 6 de la mañana pasaba por mi puerta arrastrando unas latas vacías en un cordel. Primero nos enojamos, después nos acostumbramos y la usábamos de despertador.
Dicen que se llamaba Matilde pero si le gritábamos “¡Matilde!”, ni siquiera se volteaba a mirar. Sin embargo, los chicos descubrieran que si le gritaban “dragona” ella frenaba el paso, se daba vuelta, miraba largamente al grupo y después, sin decir palabra, volvía a su paso y a si camino sin cambiar rumbo. Por eso para todos ella pasó a ser la Dragona.
Crecí con la Dragona caminando por mis calles y me acostumbre a su presencia silenciosa a tal punto que prácticamente pasó a ser invisible a mis ojos.
De la infancia sobrevino mi adolescencia y con ella todas las tristezas que ocurren, incluyendo la primera desilusión amorosa. Como era muy sensible, fui siendo conocida como la llorona, porque eran más las lágrimas que las sonrisas en mis días.
Cuando murió mi papá mi desconsuelo fue mayor. La casa me parecía una prisión donde los recuerdos me oprimían y salí a la vereda, me senté sola, apoyada en la pared, y empecé a llorar. Salía de mi toda la pena acumulada en esos años, mas el dolor de la pérdida que para mi era como el fin del mundo. Lloraba silenciosamente, sin fuerzas, sin esperanzas. La gente pasaba pero acostumbrada a verme triste no paraba a preguntar. Daban por asumido que lloraba por mi papá y sentían la incomodidad de tener que decir palabras de consuelo. Así que solo pasaban.
Estuve así con mi pena un buen tiempo, hasta que una voz limpia, como de niña, me dijo:
- Es bueno llorar. Con las lágrimas salen todos esos parásitos espirituales que viven dentro de uno.
Asombrada por las palabras levanté la vista y ahí estaba la Dragona. Esta vez no tenía la mirada perdida, me miraba fijamente y con bondad. Abrí la boca de la sorpresa y no atiné a decir nada, así que ella siguió:
- Yo perdí a mi papá más chica que tu. ¿Sabes? Se lo llevaron los duendes. El salió a la noche y fue fatal. Yo nunca salgo a la noche. Pero durante todo ese tiempo he buscado a mi papá. Se que es prisionero de ellos. A tu papá lo llevaron las hadas. Lo vi. Eso es mucho mejor. El esta por ahí con ellas y seguro le van a dar alas. Tampoco las hadas son seres de la noche, ellas vienen durante el día y podrás ver a tu papá volando por ahí muy pronto. ¡Ya verás! Pero debes terminar de llorar. Los seres que salen en tus lágrimas son tristes y no dejarán que veas nada bello. Llora todo lo que puedas ahora, pero deja de llorar después. Limpia bien los ojos y empieza a mirar alrededor. Ahí empezarás a ver cosas bellas. Yo no pierdo la esperanza de volver a ver a mi papá pero me temo ya a estas alturas que se hizo duende y si es así ya lo he perdido para siempre. Pero tu papá se va hacer hada y eso es muy bueno. Ojalá el mío….¡0h! Allá va uno… me voy!
Y volvió a ser la Dragona, la perdida, que caminaba en silencio. Esa fue la única vez que la oí hablar. Pero increíblemente dejé de llorar. Lavé la cara, miré el mundo y empecé a ver las cosas bellas que me rodeaban, incluyendo el amor dadivoso de mi madre.
Ese día, con la Dragona, se me fue los rasgos de tristeza de mi adolescencia.
Un día la Dragona no apareció. Y así se sucedieron los días y ella no volvió a mostrarse por el barrio. Algunos niños y muy pocos adultos, incluyéndome a mí, empezamos a buscarla. Pero fue en vano. No estaba por ningún lado.
Fui a la morgue y a los hospitales cercanos pero nada.
La buscamos un mes y después yo desistí. Resolví creer que ella encontró a su papá y se fue con él, aunque hoy día creo que no. Ella era para las hadas. Seguramente está con mi papá, allá en el mundo mágico de ellas. Solo espero, algún día, poder también yo ir a ese mundo. Por las dudas y pro amor, siempre enseño a mis hijos a mirar la vida y ver lo bello. A que el amor da luz a todo y que vale la pena permitirse ser feliz.