miércoles, 14 de septiembre de 2016

Abrió sus pequeños pétalos y tomó conciencia de su existencia por primera vez.  
Aceptó su condición de inmovilidad y reconoció su belleza simple. 
Después miró más allá de si misma y vio lo gris que la rodeaba. Cemento, todo era de cemento y allí, justo allí donde se había roto el piso, su semilla encontró el espacio para ver la luz y así nació.
La vida no era mala. Tenía humedad, luz, pero estaba sola. Fue cuando pensó si habrá algo más poderoso que ese cemento que la aprisionaba, un ¿dios?
Y si pidiera mucho, ¿vendría a liberarla?
Así empezaron los dias de oración.
Una mañana al abrir sus pétalos se encontró con una montaña enorme, marron, donde salia una cabezota cuyos ojos bondadosos la miraban con atención.
¿Eres dios? - preguntó
-No lo se - respondió la tortuga. Se que soy, nada más.
-¿Puedes ayudarme? He pedido tanto, tanto...
-¿Ayudarte a que?
- A ser libre. Quiero liberarme de ese cemento que me aprisiona.
- ¿Estas segura? Yo no lo veo así. Veo un cemento generoso que se abrió para que pudieras salir al mundo.
-Claro, eso dices porque no estas atado a estar aquí para siempre.
-¡Que darías para salir de ahí?
-Cualquier cosa, ¡Hasta la vida! Es mejor que envejecer atada a ese mar gris.
- ¿Estas segura? - preguntó la tortuga.
- ¡Sí! Quiero ser libre.
-Pues hágase tu voluntad.
Y con mucha tranquilidad la tortuga comió la florcita.