martes, 19 de mayo de 2009

JUAN SIN SOMBRA



Juan nació sin sombra. Nadie sabe como ocurrió.
Los bebes nacen con una sombra chiquitita, pero Juan no tenia nada, ni un centímetro de sombra. Los papás decían: “cuando crezca también crecerá su sombra” _ pero no pasó. Juan fue creciendo sin sombra.
En el colegio los chicos lo miraban extrañados. “Juan sin sombra, Juan sin sombra”_ le cantaban y se reían.
A Juan no le importaría si no fuera que se sentía raro, incompleto. Le faltaba una parte. Esto lo fue haciendo retraído y triste.
Comía poco, y fue creciendo cada vez más flaquito y opaco. Quien lo viera diría que quería transformarse en la sombra que no tenía.
Cuando Juan llegó a ser un hombre ya no brillaba nada de él, ni sus ojos. Era opaco y deslucido, porque faltaba la sombra. Nadie ve luz o brillo si no hay sombra para contrastarlo. No tener sombra hacia que no tuviera luces tampoco.
De a poco Juan se fue retrayendo y llegó el día que empezó a pasar desapercibido, como si fuera transparente. Entraba y salía de los lugares sin que nadie lo viera. Ya no lo saludaban y cuando se recordaban de él era para decir “¿Qué le habrá pasado al Juan sin sombra?”
Un día, no se sabe como, Juan descubrió que podía ponerse sobre la sombra de los demás y como nadie se daba cuenta de él, les sacaba un pedacito de sombra y guardaba en el bolsillo. A la semana tenia ya trozos suficientes como para armar una pequeña sombra. Contento y con aguja e hilo, empezó a cocer los pedazos hasta lograr una forma alargada.
¿Pero como pegarla a si mismo? No eran trozos de sombra de él, así que no era tan fácil. Además las personas empezaban a descubrir que les faltaban pedacitos de sombra, como si algún ratón las hubiera comido. Y buscaban con más cuidado por donde andaba el ladrón.
Asustado Juan se fue al bosque cercano. Pero aún escuchaba las voces y empezó a temer ser descubierto. Agarro el pedazo de sombras cocidas y lo guardo debajo de unas piedras. Decidió que mejor se metía mas adentro del bosque.
A medida que fue metiéndose encontró que había menos sol. Así que se metió más profundamente y cada vez menos sol se veía.
Siguió hasta que el bosque se hacia tan denso que casi no se podía pasar entre los árboles, frondosos, enormes. Allí era solo penumbra y Juan se encontró él mismo siendo una sombra, ya que no había luz.
Se sintió al principio a gusto. Comió frutos silvestres y pensó muchísimo, durante unos cuantos días…. ¿Cuántos? No sabemos… perdió noción del tiempo.
Una mañana (se supone que era mañana) Juan decidió que ya era suficiente. Que tampoco era bueno ser solo sombra. Que ni la luz ni la oscuridad debieran existir una sin la otra, porque una explicaba la otra. Así que resignado resolvió volver a su pueblo.
Llevaba la esperanza de que ya se habrían olvidado de buscar el ladrón de sombras y decidido a devolver todos los pedacitos.
Conforme fue saliendo del bosque empezó a sentir algo diferente, como si estuviera más fuerte, más sólido. Se dijo que era porque había tomado decisiones, había aceptado ser lo que era y eso quizás lo hacía así.
Al llegar en el linde del bosque busco las piedras, saco los trozos de sombra y los descosió. Entro al pueblo decidido a devolverlos de a uno.
Cuando llegó a la primera casa escucho que decían: “¡Hola Juan! Que bien se te ve… se ve que sanaste de tus problemas en tu ausencia” – y Juan saludo un hola asombrado. No entendía porque ahora si lo veían y saludaban sin el apodo que lo aborrecía tanto.
“Cómo estas” “Que bien estás” ¿Dónde andabas?” Eran saludos uno detrás del otro.
Ya sin saber que pensar Juan miro hacia atrás, y…. ¡sorpresa! Descubrió que tenía una preciosa y enorme sombra, muy oscurita y nuevecita, que lo seguía fielmente.
Su alegría fue enorme y salto como un niño por las calles.
A partir de ese día Juan pasó a ser uno más de la comunidad, con sus brillos y con su sombra.
Se sentía completo y ya no le importaba esconder sus defectos así como mostrar sus virtudes.
Al final… él era eso… luz y sombra.

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