Me costó darme cuenta.
Pasó cuando tuve que cambiar a mi papa por primera vez. Tenia 101 años.
Me vino una especie de repulsa, de querer apartarme. Tuve que esforzarme por tocarlo Y me dio vergüenza. Al fin el se había bañado pero igual no me gustaba su olor.
Busque en mi memoria y no encontraba a que.
No era suciedad, no era ácido ni dulzón. No era olor a podrido, ni a nada que yo conociera.
Estuve harto tiempo pensando hasta que di con la respuesta.
Era olor a viejo. Algo parecido al moho Un olor que acerca la muerte y eso es lo que hacia querer escapar,
No sirve perfumen, no sirve bañarlos, ellos despiden ese olor de quien ya empieza a despedirse.
Es triste, es un olor triste. Una mezcla de adiós y soledad, de inexorabilidad.
El cuerpo de mi papá empezaba a despedirse y el mio, aun henchido de vida, no quería contagiarse. Algo muy físico y nada mental.
Ahora, con mi memoria olfativa despierta, ya puedo presentir la muerte. Ese olor que me angustia. Quisiera no haberlo sabido.
Mi papá ya se fue. Pero hoy lo puedo sentir en otras personas, incluso cuando me cruzo con alguna en la calle.
Ando pensando firmemente en hacer algo para perder el olfato.
Hay misterios que mejr no conocer.
Por eso, amigos, no busquen reconocer el olor a viejo.
martes, 28 de julio de 2020
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