Abrió sus pequeños pétalos y tomó conciencia de su existencia por primera vez.
Aceptó su condición de inmovilidad y reconoció su belleza simple.
Después miró más allá de si misma y vio lo gris que la rodeaba. Cemento, todo era de cemento y allí, justo allí donde se había roto el piso, su semilla encontró el espacio para ver la luz y así nació.
La vida no era mala. Tenía humedad, luz, pero estaba sola. Fue cuando pensó si habrá algo más poderoso que ese cemento que la aprisionaba, un ¿dios?
Y si pidiera mucho, ¿vendría a liberarla?
Así empezaron los dias de oración.
Una mañana al abrir sus pétalos se encontró con una montaña enorme, marron, donde salia una cabezota cuyos ojos bondadosos la miraban con atención.
¿Eres dios? - preguntó
-No lo se - respondió la tortuga. Se que soy, nada más.
-¿Puedes ayudarme? He pedido tanto, tanto...
-¿Ayudarte a que?
- A ser libre. Quiero liberarme de ese cemento que me aprisiona.
- ¿Estas segura? Yo no lo veo así. Veo un cemento generoso que se abrió para que pudieras salir al mundo.
-Claro, eso dices porque no estas atado a estar aquí para siempre.
-¡Que darías para salir de ahí?
-Cualquier cosa, ¡Hasta la vida! Es mejor que envejecer atada a ese mar gris.
- ¿Estas segura? - preguntó la tortuga.
- ¡Sí! Quiero ser libre.
-Pues hágase tu voluntad.
Y con mucha tranquilidad la tortuga comió la florcita.
miércoles, 14 de septiembre de 2016
martes, 12 de abril de 2016
LA CULPA LA TIENE EL PERRO
El perro venia con su pasito por la vereda cuando le dio el retortijón. Ahí nomas, como perro no tiene vergüenza, vació sus intestinos y siguió viaje. Era demasiado temprano para que alguien lo viera pero a las pocas horas salieron las vecinas a barrer la vereda. Como todos los días empezaron con los saludos de siempre (a las vecinas les encantaba "cambiar informaciones de lo que sucede en el barrio"). Iba la segunda por su noticia cuando interrumpió el relato para decirle a la otra:
- ¡Mira! Un perro le ensució la vereda.
La vecina miró hacia abajo y dijo:
- No, no es la mía. Es la suya.
Claro, el perro había depositado lo suyo bien entre las dos casas y como pareciera estar medio descompuesto... ninguna de las dos quería limpiarlo.
La discusión de a quien le correspondía la caca del perro fue creciendo de tono y las dos casi llegaron a los golpes. Cada una pensaba que la otra era una vividora al final, queriendo empujarle la suciedad de "su" perro.
Entraron las dos, cada una mascando su rabia, y a partir de ese día evitaron hablarse. Ya no salían a la misma hora a barrer la vereda y a decir verdad, casi no hacían mas el aseo. La vereda empezó a quedar cada día más sucia.
Al mes, la caca estaba seca y desparramada. La vereda tenía un aspecto lastimero y los transeúntes al ver caca por el piso empezaron a reclamar que tenían que pasar por la calle para no pisar la porquería.
La cosa llegó a tal punto que la municipalidad tuvo que intimar las vecinas por no mantener sus veredas. Las dos llegaron a la citación a la misma hora. Cada una mirando al otro lado, sin cambiar ni una mirada.
El funcionario municipal pidió explicaciones de porque tenían así sus veredas y las dos llenaron al funcionario con una avalancha de palabras al que el hombre reaccionó con un "basta!!" y preguntó:
- Al final, ¿de quien es la culpa?
Las dos vecinas se miraron por primera vez, desde hacia mas de un mes y al unísono le respondieron:
- ¡La culpa la tiene el perro!
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